Texto: Rafael Enrique Correa / Fotos: José Ruiz
Hay
entrevistas que uno hace por compromiso o por agenda. Esta, en cambio, la hago
desde lo más profundo del corazón. Entrevistar a Tanguí no solo ha sido un
honor profesional, sino un privilegio personal. Él ha sido parte silenciosa
pero firme de mi crecimiento en esta ciudad durante los últimos 20 años.
Siempre con una palabra sabia, una observación precisa, un consejo sin adornos,
pero con el peso justo. Le tengo un aprecio entrañable, de esos que no se
explican, pero se sienten como familia.
Esta
es la historia de un hombre que nació en 1955, en un rincón humilde de Nagua
llamado Villa Babosa, donde la vida corría despacio y el tiempo olía a mar y a
tierra mojada. A orillas de la playa, bajo la sombra de los cocoteros de un
Nagua más simple, más honesto. De una infancia descalza, libre y sin miedo,
donde correr por la arena era la primera escuela de vida. Un joven que, con
humildad, paciencia y entrega, fue escalando hasta convertirse en ejemplo de
superación.
Esta
entrevista no es solo un testimonio de trabajo y esfuerzo: es una sinfonía de
dignidad, de amor a la familia, y de fe en el trabajo honesto como camino.
1. Cuénteme de su infancia. ¿Cómo era su
entorno familiar?
Crecí
con mis padres, don Luis Emilio Tanguí Medina, que era juez civil aquí en
Nagua, y doña Sixta Modesta Gómez, ama de casa. Era un barrio humilde, de gente
trabajadora. La niñez fue alegre, llena de correteos en los patios, los
callejones. Todo era abierto.