Texto: Rafael Enrique Correa / Fotos: José Ruiz
Hay
entrevistas que uno hace por compromiso o por agenda. Esta, en cambio, la hago
desde lo más profundo del corazón. Entrevistar a Tanguí no solo ha sido un
honor profesional, sino un privilegio personal. Él ha sido parte silenciosa
pero firme de mi crecimiento en esta ciudad durante los últimos 20 años.
Siempre con una palabra sabia, una observación precisa, un consejo sin adornos,
pero con el peso justo. Le tengo un aprecio entrañable, de esos que no se
explican, pero se sienten como familia.
Esta
es la historia de un hombre que nació en 1955, en un rincón humilde de Nagua
llamado Villa Babosa, donde la vida corría despacio y el tiempo olía a mar y a
tierra mojada. A orillas de la playa, bajo la sombra de los cocoteros de un
Nagua más simple, más honesto. De una infancia descalza, libre y sin miedo,
donde correr por la arena era la primera escuela de vida. Un joven que, con
humildad, paciencia y entrega, fue escalando hasta convertirse en ejemplo de
superación.
Esta entrevista no es solo un testimonio de trabajo y esfuerzo: es una sinfonía de dignidad, de amor a la familia, y de fe en el trabajo honesto como camino.
1. Cuénteme de su infancia. ¿Cómo era su entorno familiar?
Crecí con mis padres, don Luis Emilio Tanguí Medina, que era juez civil aquí en Nagua, y doña Sixta Modesta Gómez, ama de casa. Era un barrio humilde, de gente trabajadora. La niñez fue alegre, llena de correteos en los patios, los callejones. Todo era abierto.
2. ¿Cómo transcurrían sus días de niñez en aquellos tiempos? ¿Qué recuerda de ellos?
Fueron
días muy felices. Me levantaba temprano, jugaba con mis hermanos y amigos del
barrio, y al mediodía ya estábamos en la playa. Todos los días nos bañábamos en
el mar y pasábamos horas riendo, compitiendo y soñando. Era una vida sencilla y
un ambiente familiar donde todo el mundo se conocía. Recuerdo correr descalzo
por la orilla. Era un paraíso natural que aún vive en mi memoria.
3. ¿Alguna anécdota de esos tiempos?
Vivíamos
en el agua. Era parte de la vida diaria. No le teníamos miedo a nada. Nos
pasábamos horas maroteando, jugando, tirándonos clavados y haciendo carreras
nadando. A veces se nos iba el tiempo y llegábamos tarde, y ahí sí era verdad
que mi mamá nos ponía en fila. No era fácil con ella. Era estricta, pero con
amor. Nos enseñó el valor de respetar y de tener límites. Aquellos días fueron
los más felices, porque uno era libre, feliz con poco, sin saber siquiera lo
afortunado que era.
4. ¿Quiénes fueron sus referentes en la vida?
Mi
padre, sin duda. Pero también unos profesores que vivían en mi casa. Nos
enseñaban a los siete hermanos valores como la honradez.
5. ¿Su formación académica?
Me
gradué de bachiller en el año 1973. Además, hice un secretariado comercial con
el profesor Noé Brito Bruno, como se acostumbraba en ese tiempo para aprender
mecanografía y contabilidad básica. Quisiera haber sido ingeniero civil, pero
la situación económica no me lo permitió.
6. ¿Por qué decidió quedarse en Nagua?
Aunque
trabajé fuera por muchos años, siempre sentí que mi corazón estaba aquí. Nagua
no es solo el lugar donde nací, es el lugar donde crecí rodeado de familia,
amigos y recuerdos que me formaron como hombre. Sentía que, por más lejos que
me llevaran mis responsabilidades, al final del camino yo debía volver a mi
raíz. Aquí es donde pertenezco, donde quiero ver crecer a mis nietos y donde
deseo cerrar mi ciclo de vida, con dignidad, cerca de los míos y del pueblo que
me vio nacer.
7. Hablemos de su esposa.
Mi
esposa, Luz María Acosta Infante, es la luz de mis ojos. La conocí en el
barrio, y desde que la vi supe que era una bendición de Dios para mi vida. No
será que yo soy muy fino hablando, pero esa mujer ha sido mi fuerza, mi
compañía en los buenos y malos momentos. Nunca me ha fallado. Siempre ha estado
ahí, firme, conmigo. Con ella formé mi familia, y doy gracias cada día porque
fue con ella que me tocó caminar este camino.
9. Ser abuelo...
Lo
más maravilloso del mundo. Tengo siete nietos y otro en camino. Cada vez que
llegan, la casa se transforma. Se llena de alegría, de ruidos bonitos, de risas
que lo curan todo. Me encanta verlos correr, jugar, hacer travesuras. Los
nietos me dan vida. Yo los disfruto más que a mis propios hijos cuando eran
pequeños, quizás porque ahora uno los ve con más calma, con más ternura. Me
sacan una sonrisa con cualquier ocurrencia y me hacen sentir joven otra vez.
Son mi mayor alegría.
10. ¿Influyó su familia en su vida profesional?
Muchísimo.
Sin el apoyo de mi familia, yo no hubiese llegado a donde llegué. Mi esposa ha
sido un soporte incondicional: en los momentos buenos ha celebrado conmigo y en
los momentos duros ha estado ahí, empujándome a seguir. Y mis hijos también han
sido parte fundamental de todo esto. Me siento afortunado porque no he caminado
solo, siempre he tenido una familia que me respalda.
11. ¿Tienen alguna tradición familiar?
Para
nosotros la tradición familiar es sagrada. No se trata solo de fechas
especiales, sino de aprovechar cada oportunidad que tenemos para reunirnos
todos. Algunos de mis hijos viven fuera, y cuando vienen, se arma la verdadera
fiesta familiar. Los nietos corren por la casa, hay risas, cuentos, comida
buena y cariño sincero. Es costumbre sentarnos todos juntos a compartir, y
hasta que no llegue el último, no comenzamos a comer. Esos momentos no tienen
precio.
12. ¿Cuándo comenzó a trabajar?
Cuando yo tenía
11 o 12 años, frente a mi casa vivía un chofer de carro público que viajaba a
Sánchez, el señor José Liranzo, y él me daba 2 o 3 pesos para que yo le lavara
los vehículos. Luego fui mozo en el Bar China durante el día y estudiaba de
noche. Mi primer trabajo formal fue en el Banco de Reservas como conserje. Ahí
comenzaba mi jornada a las cinco de la mañana, barriendo, trapeando y dejando
todo limpio antes que llegaran los empleados.
13. ¿Y ahí fue creciendo?
Claro.
Fui mensajero del banco, repartía correspondencia en una bicicletica por toda
la ciudad, y de ahí pasé a ser auxiliar, subcontador, contador y finalmente
gerente. Durante ese trayecto me trasladaron por varias ciudades: Barahona,
Santiago Rodríguez, Bonao, San Pedro. Esa experiencia de moverme y trabajar en
distintos pueblos me ayudó muchísimo. Ahí uno aprende del comercio, de la
gente, de cómo se comportan los negocios en diferentes entornos. Cuando
finalmente regresé a Nagua como gerente, ya yo venía con una visión más madura,
más amplia, con herramientas para servir mejor a mi pueblo. Fue muy especial
para mí volver al lugar donde empecé como conserje, pero esta vez como gerente
del banco principal del pueblo que me vio nacer.
14. ¡Eso es una historia inspiradora!
Gracias.
Yo siempre he dicho que cuando uno trabaja con constancia y honradez, el tiempo
termina recompensando. No fue fácil, pero tampoco imposible. No tuve cuña, no
tuve padrino, lo que tuve fue deseo de echar pa'lante. Yo quiero que los
jóvenes que lean esto sepan que sí se puede. Que el que trabaja duro y se
mantiene firme en sus valores, un día ve los frutos. A veces tarda, pero llega.
Y cuando llega, se disfruta más porque uno sabe lo que ha costado.
15. ¿Cuándo decidió emprender?
Durante
mis últimos años en la banca empecé a ver con claridad el camino del
asalariado: uno llega a cierto nivel, como gerente en mi caso, y tiene
beneficios como bonificaciones, vehículo, gastos cubiertos, y un salario
respetable. Pero cuando llega la hora de la jubilación, todo eso desaparece, y
la pensión no da para mantener el mismo estilo de vida. Ahí fue cuando pensé:
si me esfuerzo por construir algo propio, puedo asegurar mejor mi vejez y dejar
un legado. Por eso comencé a ahorrar mis bonificaciones y a prepararme. En el
93 se me presentó la oportunidad del supermercado Cuatro Vientos. Lo compramos
en sociedad, y luego me quedé con él. En el 98, con visión y mucho sacrificio,
inauguré el supermercado Tanguí.
16. ¿Fue difícil al principio?
Muy
difícil. Yo siempre voy a agradecerle al Banco de Reservas porque creyó en mi
proyecto cuando muchos no lo habrían hecho. Con el dinero que tenía ahorrado,
más la venta de una propiedad que ya poseía en Santo Domingo, pude dar los
primeros pasos para levantar el supermercado Tanguí. Era un proyecto muy
ambicioso para la época y más aún por la ubicación en la que lo instalé, pero
yo tenía fe. Claro, no todo ha sido color de rosa. En el trayecto de estos casi
30 años, ha habido temporadas y años muy difíciles, momentos donde las cosas se
pusieron cuesta arriba. Pero nunca pensé en rendirme. Me mantuve firme, con el
apoyo de mi familia y la confianza en Dios. Hoy, mirando atrás, veo que valió
la pena mantenerse de pie, porque el esfuerzo constante deja huellas que
perduran.
El
supermercado Tanguí marcó un antes y un después en el desarrollo comercial de
Nagua. Fuimos los primeros en implementar infraestructura moderna:
climatización central, vitrales amplios, iluminación eficiente, estanterías
organizadas y un ambiente cómodo que elevó el estándar del comercio local. Introdujimos
también sistemas de facturación más ágiles, personal uniformado, atención al
cliente con criterio, y un modelo de supermercado que impulsó una nueva visión
de consumo. Esto atrajo otras inversiones, motivó a más empresarios, y ayudó a
transformar esta zona en un verdadero centro de desarrollo económico. Hoy
también servimos como vitrina para emprendedores locales, dándoles la
oportunidad de exhibir y vender sus productos en un espacio digno y respetado.
18. ¿Qué principios lo han guiado hacia el éxito?
Ser
honesto, humilde, perseverante. Caerse y levantarse. Ayudar a los demás. Tener
los pies sobre la tierra. Esa frase, que parece sencilla, lo dice todo. Para mí
significa no marearse con los logros, no olvidarse de dónde uno viene.
Significa mantener la humildad en los tiempos buenos y la fortaleza en los
tiempos malos. Porque cuando uno tiene los pies bien plantados, ninguna brisa
lo tumba.
19. ¿Cuál considera que es su mayor orgullo y a quién le agradece por todo lo que ha logrado?
Mi
mayor orgullo es mi familia. Mis hijos, mis nietos, y mi esposa Luz, que ha
sido mi compañera en todo momento, en la calma y en la tormenta. También me
siento muy orgulloso de lo que hemos logrado con el supermercado Tanguí porque
ha sido mucho más que un negocio: ha sido una escuela de vida y trabajo, un
proyecto de pueblo, un legado para las futuras generaciones.
Agradezco
primero a Dios, que me ha dado la salud, la fuerza y la sabiduría para
mantenerme firme a lo largo del camino. Agradezco profundamente a mi familia,
que nunca me dejó solo, incluso en los momentos más duros. A mis empleados,
muchos de los cuales han estado desde los primeros días, les reconozco su
entrega y su lealtad. Y a Nagua, mi pueblo, por darme la oportunidad de servir
y crecer con dignidad. Esto que hemos construido, lo hemos hecho juntos.
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Esta
historia es también una invitación. Una invitación a los jóvenes —y también a
los adultos— a detenerse un momento y reflexionar: nada en la vida que
realmente valga la pena se consigue de inmediato. Todo proceso cuesta. Todo lo
que es sólido lleva tiempo, sacrificio, humildad y preparación. La historia de
Tanguí es un ejemplo vivo de eso.
Aquí
no hay milagros improvisados ni logros heredados. Aquí hay un hombre que
entendió que para construir algo duradero, hay que tener firmeza cuando llegan
los tiempos malos, honestidad en cada paso, y fe en que el trabajo honesto deja
frutos. Él lo vivió. Pasó por etapas duras, por tropiezos, por decisiones difíciles,
pero no se rindió. Y esa perseverancia hoy es su mayor riqueza.
Mi
padre siempre me decía: "el trabajo dignifica al hombre". Y Tanguí
es, sin duda, un digno ejemplo de esa verdad. Que esta entrevista no solo les
inspire, sino que les guíe a creer en el valor del esfuerzo, la constancia y el
amor por lo que uno hace.
"Todo
lo que hagas, hazlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres"
(Colosenses 3:23).
Tanguí no es solo una historia para contar, es una presencia viva en el corazón de Nagua. Su ejemplo permanece en cada saludo sencillo, en cada consejo que da, en cada rincón de su supermercado que ha visto crecer a generaciones. Es un legado de trabajo bien hecho, de raíces profundas y de fe inquebrantable.
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