Por: Rafael
Enrique Correa
Vivimos en una sociedad donde el poder político —cuando no se ejerce con sabiduría— suele intoxicar el alma. No es nuevo: hombres y mujeres que emergen de la pobreza con el discurso de cambio terminan, una vez llegan al poder, envueltos en el aplauso, el dinero fácil, la arrogancia y el olvido de su origen. Se burlan del débil, pisotean al que los ayudó a subir y creen que su gloria es eterna.
“Te agarro en la bajadita” es un dicho popular de fuerte arraigo en la cultura caribeña, especialmente en República Dominicana. Tiene un doble filo: es advertencia y es memoria. Se dice cuando alguien no responde de inmediato ante una ofensa o abuso, pero guarda silencio hasta que el agresor esté débil, expuesto o en declive.
La bajadita representa ese momento en que la fuerza, la fama o el poder ya no están, y entonces, lo que se sembró —para bien o para mal— empieza a cobrarse. En otras palabras, no se trata de venganza, sino de justicia con sabor a pueblo. Una forma criolla de decir: “no olvidé lo que hiciste, pero sé esperar.”
Pero la Palabra
es clara: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su hora” (Eclesiastés 3:1). Tiempo para sembrar y tiempo para
cosechar. Tiempo para callar y tiempo para hablar. Tiempo para subir... y
tiempo para bajar. Y es justo ahí, cuando viene la bajada, cuando el pueblo —o la vida misma— los
agarra en la bajadita.
Muchos hombres
que ocuparon cargos de poder creyeron que sus abusos quedarían impunes.
Robaron, humillaron, engañaron al pueblo con promesas falsas, y se rieron de
quienes sufren. Pero olvidaron un principio eterno: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).
Miremos la
historia dominicana. ¿Cuántos políticos fueron aclamados como héroes, tratados
como dioses en vida, y murieron en la soledad más amarga? Algunos terminaron en
la cárcel, otros arruinados económicamente, muchos con enfermedades incurables,
y otros sepultados sin honra, olvidados hasta por sus seguidores más fieles. Eso no es casualidad. Eso es cosecha.
A menudo se
piensa que el juicio a los corruptos llega solo en la eternidad. Pero la Biblia
enseña que también hay consecuencias en esta vida. En el Salmo 37:35-36, el salmista dice: “Vi al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como árbol frondoso. Pero pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué, y no fue hallado.”
El que se burla del pobre, el que traiciona al pueblo que lo puso en alto, no siempre paga en tribunales humanos, pero sí en el tribunal de la vida, donde el tiempo, la salud, la familia, la vergüenza pública y hasta la muerte se convierten en jueces.
Este artículo
no menciona nombres. No hace falta. Cada quien sabe lo que ha sembrado. Cada
quien sabrá —cuando le llegue su tiempo— si fue trigo o cizaña.
Porque sí, hoy puedes estar en la cima, rodeado de aplausos falsos y lujos
prestados. Pero recuerda:
El camino es
largo… y en la bajadita, la vida te espera. Y si no es la vida, es Dios, quien dijo:
“Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”
(Romanos 12:19).
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Rafael Enrique Correa
Comunicador con 21 años de experiencia
Director de La Revista Chocolate
Especialista en temas sociales, económicos, culturales y turísticos del noreste de la República Dominicana. Miembro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) y de la Asociación Dominicana de Prensa Turística (ADOMPRETUR). Miembro certificado de la International Federation of Journalists (IFJ).
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