Una reflexión sobre cómo entender y guiar a la nueva generación en tiempos de cambio emocional y digital
Por
Rafael Enrique Correa
A
veces miro a los más jóvenes y me sorprende la velocidad con que viven.
Responden mientras miran una pantalla, opinan en segundos, aman y se
desenamoran con la misma rapidez con la que deslizan el dedo. Y pienso: no
están vacíos, solo viven en otro ritmo mental.
Nosotros, los de la Generación X, Y y los primeros Millennials, crecimos en otro mundo.
Uno donde había que esperar el turno, rebobinar el cassette, llamar desde un
teléfono público, escribir cartas, buscar respuestas en enciclopedias. Fuimos
testigos de la transición más grande de la historia: del silencio al
ruido, del papel a la pantalla, del tiempo lento al tiempo líquido.
Eso nos dio algo que a veces olvidamos: una sabiduría que no viene de los libros, sino de los años vividos. No somos obsoletos. Somos el puente entre lo que fue firme y lo que ahora es veloz.
No se trata de juzgar, sino de entender
Los
jóvenes de hoy —Generación Z y Alfa— no piensan como nosotros, y no tienen por
qué hacerlo. Su mundo está construido sobre la conexión, la emoción, la
inmediatez. No les interesa tanto “obedecer” como entender. No
siguen a quien les grita, sino a quien les inspira.
Y
eso está bien. Porque si lo pensamos, nosotros también fuimos los rebeldes de
nuestro tiempo. Solo que la diferencia es que su rebeldía ocurre frente
a millones de espectadores.
Por
eso, en lugar de frustrarnos porque “ya no son como antes”, deberíamos
preguntarnos: ¿Cómo podemos nosotros —con lo que sabemos, con lo que hemos
vivido— convertirnos en guías en lugar de jueces?
Tenemos la ventaja del tiempo
Nuestra
generación posee algo que ellos aún están construyendo: la experiencia.
Sabemos lo que es perder y volver a empezar. Sabemos lo que es esperar,
esforzarse sin aplausos, caerse y levantarse. Eso nos da una fortaleza
emocional que ellos necesitan ver, no escuchar.
Como
afirma Daniel Goleman, la inteligencia emocional no se aprende leyendo,
sino viviendo. Nosotros ya la tenemos. Solo debemos usarla con
inteligencia: no para corregirlos, sino para acompañarlos.
El puente no impone, conecta
Los
tiempos han cambiado, pero los valores siguen siendo los mismos: el
respeto, la verdad, la disciplina, la fe. Solo hay que traducirlos
a un nuevo idioma.
No
podemos pedirles que vuelvan a ser como nosotros; el mundo no volverá atrás.
Pero sí podemos mostrarles que la libertad sin propósito termina vacía. Podemos
enseñarles, con nuestro ejemplo, que hay poder en la calma, belleza en
la paciencia y profundidad en las cosas que no se publican.
Cuando
un joven siente que lo entiendes, te escucha. Cuando siente que lo juzgas, se
cierra. Y ahí está la clave: la empatía abre puertas que la autoridad
ya no puede abrir.
Nuestra misión: Ser sabios, no nostálgicos
Nos
toca evolucionar con inteligencia. Usar nuestra madurez, nuestra memoria y
nuestra historia como herramientas de guía, no como armas de crítica.
El futuro no se construye mirando hacia atrás, sino hacia adelante, con
todo lo aprendido a cuestas.
Somos
la generación que conoció la calle y luego el WiFi, que aprendió a escribir a
mano y después a teclear, que lloró en silencio y ahora puede comunicar con
conciencia. Eso nos convierte en mentores naturales.
No
para mandar, sino para inspirar. No para imponer, sino para traducir. No para competir, sino para acompañar.
Reflexión final
“Somos
la generación que entiende ambos mundos: El que se vivía con el corazón y el
que se vive con conexión. Nuestra misión no es resistir el cambio, sino
enseñarle al cambio a tener alma.”
Sobre el autor
Desde
su experiencia en los medios y su formación en psicología, Rafael explora los
cambios mentales, emocionales y sociales de la era digital. Su trabajo busca
unir generaciones a través del entendimiento y la empatía, recordando que el
conocimiento sin amor se vuelve ruido, pero el amor con conocimiento se
convierte en guía.


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