Comunicador y Director de La Revista Chocolate
Nagua, R.D. – En Cabrera, una madre llega de
madrugada con su niño enfermo; en El Factor, un anciano espera al especialista
que nunca aparece; en Nagua, los pacientes hacen fila frente a un hospital que
luce nuevo por fuera, pero vacío por dentro. Mientras tanto, se anuncian
inversiones millonarias que no siempre llegan al pueblo en servicios reales.
Nuestros representantes anuncian con orgullo “más de ocho mil millones en obras” para la provincia. Ellos cortan la cinta, reciben los aplausos y aparecen en la prensa. Pero quien paga la factura es la gente común, la que se topa con salas bien pintadas y equipos modernos que no tienen quien los opere.
Se construyen
hospitales, acueductos, avenidas y malecones. Se colocan equipos médicos, se
montan laboratorios, se levantan estructuras. Todo esto luce impresionante en
la fotografía oficial. Pero sin médicos de turno, sin enfermeras suficientes,
sin medicinas en farmacia, cada inversión queda reducida a un edificio bonito
que no responde a la urgencia de un pueblo.
Las inauguraciones
son recientes: 2022, 2023, 2024, 2025. Cada año nos muestran cintas cortadas y
titulares con cifras grandes. Sin embargo, el ciudadano que madruga para
atenderse en un centro de salud descubre que la historia es distinta: largas
filas, pocas manos y demasiadas promesas incumplidas.
En Cabrera, en
Nagua, en San José de Matanza y en cada rincón de María Trinidad Sánchez. En el
mapa aparecen como logros; en la vida diaria se sienten como pendientes. Obras
que brillan en papeles, pero se apagan en la realidad cotidiana.
Porque en
política muchas veces se construye más para el aplauso que para el servicio.
Los números lucen bien en los discursos, las fotos circulan en redes, y cada
acto de inauguración parece una inversión en la próxima elección. Pero el
pueblo no vive de comunicados; el pueblo vive de consultas médicas, de camas
disponibles, de agua potable en su casa, de un hospital que funcione cuando la
vida depende de ello.
No escribo para
restar méritos, sino porque me duele mi tierra. Porque sé que detrás de cada
inversión hay un pueblo que sigue esperando. Mi voz no es crítica vacía, es el
grito de un ciudadano que quiere ver funcionando lo que tantas veces se nos ha
prometido.
La verdadera
obra no está en el cemento ni en la pintura fresca: la verdadera obra está en
la gente. Y hasta que no se cumpla esa parte, seguiremos a la espera, con la
esperanza de que alguien dé la cara por María Trinidad Sánchez.
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