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Vista aérea de la desembocadura del río Nagua. La imagen pertenece a Dennis Rivera y fue publicada originalmente en Diario Libre. |
Por Rafael Enrique Correa
Comunicador y Director de La Revista Chocolate
Al caer la tarde, cuando el sol tiñe de oro las aguas del Atlántico en Nagua, uno no puede evitar pensar que este paisaje es un préstamo, no una posesión. Nuestra casa grande, la Tierra, no nos pertenece: nos fue confiada. Y como cualquier hogar, se deteriora si no la cuidamos.
Leyendo el libro La Responsabilidad por un Mundo
Sostenible (Aznar & Ull), comprendí que sostenibilidad no es un
tecnicismo académico, sino la forma en que decidimos habitar la isla y
heredársela a quienes vendrán. Como dice la Palabra: “Del Señor es la tierra
y todo cuanto hay en ella” (Salmos 24:1). Somos
administradores, no dueños absolutos.
El espejo que nos devuelve la realidad
En la asignatura Ser Humano y su Desarrollo Sostenible,
bajo la guía del facilitador Amable Solís de los Santos, recibí una
enseñanza sencilla pero contundente: el conocimiento sin acción es estéril. Y
basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que la acción es urgente.
En República Dominicana, según datos del Ministerio de Medio Ambiente, cada día se generan más de 11,000 toneladas de residuos sólidos, de las cuales apenas un 8% se recicla. Mientras tanto, en las zonas turísticas un solo resort puede gastar más agua en un mes que todo un barrio popular de Nagua. Esa brecha es el rostro de la insostenibilidad: exceso en un extremo, escasez en el otro.
Historias que enseñan más que cifras
Un padre que lleva a su hijo al río Nagua le dice:
—“Aquí pesqué con tu abuelo. Si lo cuidamos, tú también podrás pescar con tus
hijos.”
Ese gesto enseña más que cualquier gráfico de estadísticas.
Nos recuerda que la sostenibilidad no es teoría, sino cultura heredada. Así
como el justo cuidaba de sus animales en tiempos bíblicos (Proverbios 12:10),
hoy nos toca cuidar el agua, los manglares y los hijos que dependen de ellos.
Y no es solo un asunto del presente. “El bueno dejará
herencia a los hijos de sus hijos” (Proverbios 13:22). La sostenibilidad no
es otra cosa que esa herencia: un legado vivo que se transmite de generación en
generación.
Lo que podemos hacer desde ya
El libro y la vida coinciden en lo mismo: el cambio
empieza en lo pequeño.
- En la casa,
apagar luces innecesarias, reducir plásticos, enseñar a los hijos a no
desperdiciar agua.
- En la escuela,
sembrar huertos, organizar debates sobre justicia ambiental, visitar la
Laguna Gri-Grí para aprender a valorarla.
- En la comunidad,
impulsar jornadas de limpieza y reforestación, como las que ya realizan
grupos juveniles.
- En el sector
privado, promover un turismo que sume, no que arrase.
Como recordó Jesús: “El que es fiel en lo poco,
también en lo mucho es fiel” (Lucas 16:10). Esa fidelidad cotidiana es la
semilla de un futuro sostenible.
Ética entre generaciones
Los autores llaman a esto “ética intergeneracional”. En
palabras simples: preguntarnos qué herencia vamos a dejar. ¿Queremos que
nuestros nietos reciban un planeta como bicicleta prestada, con cadena rota y
llantas pinchadas? ¿O uno cuidado, listo para seguir
rodando?
El compromiso de nuestra generación
Hoy más que nunca, República Dominicana está en la
encrucijada. Tenemos playas únicas, montañas fértiles y comunidades que viven
del mar y la tierra. Pero también tenemos presión turística, basureros
desbordados y ríos amenazados.
El reto no es menor: demostrar que podemos crecer sin
destruirnos. Que podemos ser un pueblo que recibe turistas con dignidad, pero
que también honra a sus hijos y nietos con un hogar sano.
La pregunta que queda
La sostenibilidad no es una moda ni un discurso; es
supervivencia con propósito. Si no actuamos ahora, nuestros nietos no heredarán
playas ni montañas, sino ruinas.
Entonces la pregunta, que es también compromiso, queda en
el aire:
¿Queremos ser recordados como la generación que agotó su
casa común, o como la que devolvió orgullo y esperanza a nuestra tierra?


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