Esto no es un ataque a un programa de entretenimiento: es un diagnóstico de país. La Casa de Alofoke es el termómetro, no la enfermedad. Y el termómetro nos está marcando fiebre alta.
comunicador y director de La Revista Chocolate.
Quiero ser
claro y honesto: la Casa de Alofoke es un éxito rotundo. Reconozco ese triunfo,
reconozco el genio empresarial de Santiago Matías y la capacidad que tiene de
interpretar lo que las masas quieren consumir. Hoy, guste o no, es el
comunicador más exitoso de la República Dominicana. Ha logrado lo que pocos:
transformar el entretenimiento en un fenómeno social y económico sin
precedentes.
Sin embargo, este triunfo es también un espejo. Y lo que refleja no es a Santiago, sino a nosotros como sociedad. No es un contenido que yo busque de manera habitual, pero sería ingenuo negar su alcance: aunque uno no lo consuma directamente, está presente en todas partes. Los cortes circulan en Reels, en TikTok, en WhatsApp y en cada conversación cotidiana. Es decir, aunque no me siente frente a YouTube a verlo, sé de qué se trata porque forma parte del aire que respiramos en esta generación digital. Y justamente por eso me preocupa: porque la vulgaridad se ha convertido en espectáculo y los antivalores en referencia. Los jóvenes, que aún no distinguen entre personaje y realidad, terminan trasladando lo que ven en pantalla a la calle.
Pero dejemos
algo claro: Santiago Matías no es el culpable. Al contrario, es un visionario,
un innovador que supo leer el pulso de esta generación y darle exactamente lo
que pedía. Si no hubiera sido él, hubiera sido otro. Lo que su éxito revela es
el verdadero fracaso de nuestras instituciones.
La educación
dominicana no funciona: el famoso 4 % de inversión no se tradujo en ciudadanos
críticos ni en jóvenes capaces de discernir. El núcleo familiar está
fracturado: padres ausentes, hogares desorientados, valores relegados. La
iglesia ha perdido cercanía y relevancia frente a una generación que ya no
siente su voz como guía. El Estado invierte, pero no transforma. La escuela
enseña, pero no educa. La familia cría, pero no forma. Y así, nuestros hijos
están siendo moldeados más por YouTube que por el hogar, el aula o el púlpito.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿Qué hacemos los comunicadores? ¿Nos plegamos a la corriente para ser relevantes, aunque sacrifiquemos principios? ¿O nos resignamos a quedar obsoletos, hablando de valores en un país que parece no querer escucharlos?
Yo creo que el
camino no está en rendirse ni en ignorar. El camino es crear, con la misma
creatividad y energía de quienes hoy dominan la escena, pero con valores, con
autenticidad, con propuestas que inspiren. No basta con criticar: hay que
competir en el mismo terreno de la inmediatez, pero sembrando un mensaje que
edifique.
Felicitaciones
a Santiago Matías, el genio mediático de nuestra era. Pero que su éxito sea
también el espejo donde nos miremos y nos preguntemos: ¿Qué República
Dominicana estamos construyendo, si ni la escuela, ni la familia, ni la iglesia
logran competir con un reality show?
Este no es un
simple comentario: es un llamado urgente. Porque si no reaccionamos ahora,
estaremos entregando nuestra juventud, nuestra cultura y nuestro futuro al
vacío de un espectáculo que no educa, no orienta y no construye. Y en ese caso,
el problema no será Santiago Matías ni la Casa de Alofoke: El problema habremos
sido nosotros, que abandonamos nuestra responsabilidad.
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