La basura, el humo tóxico y la visible falta de voluntad revelan una gestión que ha traicionado su responsabilidad.
La realidad presente es dura y visible en sus calles. Matancitas está hundida en basura, humo tóxico y abandono. No se trata de percepción, sino de un diagnóstico brutal: desechos acumulados en sectores completos; ausencia total de zafacones, rutas de recogida y planificación; perros realengos alimentándose entre los desperdicios; comunidades como Villa Progreso respirando humo negro todos los días; y la quema ilegal de plástico y residuos sólidos a cielo abierto convertida en rutina. Lo más alarmante de todo es que la administración local ha sido incapaz de ejecutar la función municipal más básica: la limpieza.
Esta situación no es solo inmoral; es completamente ilegal. La Norma NA-12 establece que ninguna persona podrá causar o permitir la quema a cielo abierto de residuos sólidos. La Ley 225-20 prohíbe expresamente la quema de basura. La Ley 64-00 ordena prevenir la contaminación del aire, del suelo y de las aguas. Y la Ley 176-07 obliga a las autoridades municipales a garantizar el aseo, la limpieza y la gestión adecuada de los desechos. En Matancitas se violan todas estas disposiciones. Pero lo más grave es que la autoridad llamada a impedir esas violaciones es la misma que las permite con su inacción.
Por eso, es necesario decirlo con claridad, sin rodeos,
de manera frontal y profesional: la gestión del director distrital Justo
García Hernández ha fracasado en la responsabilidad fundamental para la cual
fue elegido. Su administración no ha mostrado plan, estrategia, programa de
manejo de residuos, rutas de recogida, instalación de zafacones, indicadores de
mejora ni voluntad mínima de transformar la situación. La gestión no es
simplemente deficiente; es un fracaso rotundo que pone en riesgo la salud
pública. Esta afirmación no es emocional, sino la conclusión lógica al comparar
los hechos con las obligaciones legales.
El pueblo está cansado, dolido y se siente desprotegido.
Cuando una autoridad escogida por el voto popular no cumple con sus deberes,
surge una sensación colectiva de abandono profundo. La gente empieza a hacerse
preguntas legítimas: ¿Quién protege a Matancitas? ¿Quién responde por las leyes
violadas? ¿Por qué debemos resignarnos a respirar plástico quemado? ¿Por qué
los niños deben crecer en un ambiente contaminado? ¿Por qué una administración
tan pequeña se siente tan grande para quien la dirige? La comunidad no está
pidiendo milagros; solo pide decencia administrativa.
Esto no es política; es responsabilidad. Es salud. Es
dignidad. Y cuando una gestión falla de manera sistemática, cuando no muestra
voluntad ni plan, cuando no cumple la ley ni protege al pueblo, la conclusión
se impone por sí sola: la administración actual de Justo García Hernández ha
demostrado ser incapaz de gobernar Matancitas. Y cuando una gestión
fracasa, la ética pública exige una sola de dos opciones: corregir o dar paso a
quien sí pueda servir. Matancitas no puede seguir pagando, con su salud y su
dignidad, el precio del abandono.
Matancitas, por su tamaño y diseño, debió convertirse en
el pueblo más organizado de la provincia. Su estructura compacta, su historia y
su planificación original eran ventajas. Sin embargo, hoy se está dejando caer
en un estado que contradice su origen y su potencial.
Matancitas no nació al azar; Matancitas renació después
de la tragedia. Tras el maremoto que devastó la zona, el Estado dominicano —en
plena era de Trujillo— rediseñó este pueblo con un plan urbano moderno,
concebido con criterios europeos y tropicales: doble vía interna, cuadrantes
limpios, espacios organizados y la visión de una comunidad pequeña, pero
ejemplar. Es una de las pocas localidades del país diseñadas con una lógica
urbanística coherente. En esencia, Matancitas fue creada para ser un modelo
nacional. Hoy, lamentablemente, es todo lo contrario.
Este pueblo puede renacer nuevamente. Matancitas no es
basura, no es humo tóxico, no es un vertedero. Matancitas es historia, diseño y
comunidad. Es un pueblo que está despertando. Y el despertar de un pueblo
siempre tiene más fuerza que la indiferencia de un funcionario. La pregunta
final sigue en pie y cada día pesa más en la conciencia colectiva: ¿Hasta
cuándo?


No hay comentarios:
Publicar un comentario
En la Revista Chocolate valoramos cada palabra y cada opinión.
Muy pronto nos pondremos en contacto contigo si es necesario.
📬 Mientras tanto, te invitamos a seguirnos en Instagram [@revistachocolate] y a descubrir más historias que merecen ser contadas.