sábado, 11 de octubre de 2025

La falsa sostenibilidad: Lo que se esconde detrás de la soya “sostenible”


Por Rafael Enrique Correa
Comunicador y promotor de la nutrición ancestral

 ¿Sostenible o dependiente?

Hace unos días, un medio nacional celebraba la llegada de la llamada soya sostenible como una solución para fortalecer la seguridad alimentaria en la República Dominicana.
Pero detrás de esos términos técnicos y ese discurso importado, hay una verdad que casi nadie menciona: la mayoría de esas soya “sostenibles” son genéticamente modificadas, diseñadas en laboratorios para resistir pesticidas, no para nutrir al ser humano.

Nos presentan este modelo como un avance, pero en realidad abre la puerta a una nueva dependencia alimentaria. Lo que parece progreso podría terminar enfermando a nuestra gente y empobreciendo al campo dominicano.

 

De la tierra al laboratorio

La soya natural —aquella que crecía sin químicos ni manipulación genética— fue durante décadas una legumbre noble y nutritiva.
Hoy, lo que llega a nuestros puertos no proviene directamente de la tierra, sino de un sistema industrial que altera su ADN para soportar herbicidas y producir más rápido.

Diversos médicos de medicina funcional, han advertido que el modelo agroalimentario moderno —basado en monocultivos, herbicidas y transgénicos— podría afectar la microbiota intestinal, una pieza clave del sistema inmunológico y metabólico.
Si bien la evidencia científica aún no es concluyente sobre los efectos directos en humanos, la correlación entre la exposición a pesticidas y el aumento de enfermedades inflamatorias es cada vez más preocupante.

Por eso, cada vez más expertos abogan por dietas basadas en alimentos mínimamente procesados, con transparencia en el etiquetado y más investigación independiente sobre los residuos de plaguicidas.

 

El negocio detrás del “sello verde”

El debate no se trata solo de salud, sino también de economía y soberanía.
Bajo el discurso de la sostenibilidad se esconde una estructura comercial diseñada para mantener a los países dependientes de corporaciones extranjeras.

Cada saco de soya importada, cada semilla patentada y cada producto con sello “verde” deja fuera al agricultor dominicano que todavía siembra batata, yuca o plátanos con las manos limpias y la fe puesta en el cielo.

La llamada soya sostenible no se produce en el país. Se importa desde Estados Unidos a través de empresas certificadas por el U.S. Soybean Export Council (USSEC). Eso significa que nuestro país no cultiva su propio alimento base: Lo compra, pagando más caro por una versión industrial maquillada de verde.

Según datos del Ministerio de Agricultura, la República Dominicana importa cada año más de 250 mil toneladas de soya, principalmente para la industria avícola. Ese flujo representa más de 160 millones de dólares que salen del país, mientras el pequeño productor local continúa sin apoyo técnico ni incentivos reales.

No es soberanía alimentaria.
Es dependencia comercial disfrazada de progreso.

 

El impacto invisible en nuestra salud y cultura

Cuando dejamos que un sello internacional defina qué es sostenible, también renunciamos a nuestra identidad alimentaria.
Nuestros ancestros se alimentaron de víveres, pescados y carnes frescas.
Comieron lo que daba la tierra y vivieron en armonía con el clima, el mar y las estaciones.

Esa fue nuestra verdadera sostenibilidad: Una relación viva con la tierra y sus ciclos.
Hoy, esa relación se rompe cada vez que sustituimos alimentos reales por fórmulas industriales, cada vez que preferimos lo empacado sobre lo cultivado, y cada vez que creemos que lo importado es mejor que lo nuestro.

Los alimentos ultraprocesados y transgénicos están llenando el cuerpo dominicano de inflamación silenciosa, agotamiento y enfermedades metabólicas que antes eran raras.
Estamos perdiendo el equilibrio que da comer de la tierra que pisamos.

La FAO define la soberanía alimentaria como “el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas agrícolas y alimentarias”.
Aceptar la soya modificada como alimento base es exactamente lo contrario: Permitir que otros países decidan qué entra en nuestros cuerpos y qué crece en nuestros campos.

 

El espejismo del progreso

Quienes defienden este modelo argumentan que los alimentos modificados genéticamente aumentan la productividad y reducen costos.
Pero el costo real se paga en salud, biodiversidad y autonomía económica.

Las grandes corporaciones agrícolas no buscan alimentar al mundo: Buscan controlarlo.
Y ese control comienza por las semillas.

El campesino dominicano, que antes guardaba y reutilizaba sus propias semillas, hoy se ve obligado a comprar cada año semillas importadas y patentadas, atadas a contratos y fertilizantes específicos.
Eso no es innovación.
Es una trampa cuidadosamente diseñada.

 

Volver a la raíz

La verdadera sostenibilidad no está en importar más, sino en producir mejor desde adentro.
Cuidar el suelo, sembrar lo que nuestro clima da, y fortalecer los lazos entre agricultores, comunidades y consumidores conscientes.

Volver a la tierra no es retroceder: Es avanzar con sentido.
Es rescatar el valor de nuestros alimentos criollos, libres de químicos, de patentes y de intereses corporativos.

No necesitamos una “revolución verde”.
Necesitamos una reconexión natural y espiritual con la tierra.

 

La reflexión final

La salud no se delega: Se defiende.
Y la soberanía alimentaria no se firma en tratados: se cultiva con las manos de nuestra gente.

Podrán llamarle sostenible, moderna o inteligente, pero si no nace de nuestra tierra ni respeta nuestra biología, no es progreso: Es pérdida.

Como dice el Génesis (1:29):

“He aquí que os he dado toda planta que da semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.”

La tierra que Dios nos dio no necesita laboratorio.
Solo necesita respeto.

Epílogo – Basado en hechos reales

Si después de leer esto usted quiere entender hasta dónde llega la manipulación corporativa por el poder, le invito a ver la película Percy vs Goliath —basada en hechos reales—, donde un agricultor humilde se enfrenta a una multinacional que intenta adueñarse de sus semillas y de su libertad.
Lo que allí se muestra no ocurre solo en Canadá: Es el mismo guion que hoy se reescribe en nuestros campos, con otros nombres y otros sellos verdes.
Porque cuando el poder se disfraza de sostenibilidad, lo que se pierde no es solo la tierra… es la verdad.

Nota del autor: Este artículo es un análisis de opinión con fines informativos. No representa una acusación hacia ninguna persona o entidad, sino una reflexión sobre los modelos agrícolas y su impacto en la soberanía alimentaria.

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Comunicador dominicano con más de 21 años de experiencia. Director de La Revista Chocolate y promotor de la nutrición ancestral y la soberanía alimentaria.
Fundador del movimiento Guerreros del Edén, una iniciativa que une fe, ciencia y propósito para rescatar la conexión entre el ser humano, la tierra y la salud natural “como Dios manda”.
Miembro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP), la Asociación Dominicana de Prensa Turística (ADOMPRETUR) y la International Federation of Journalists (IFJ).
Reconocido por su labor en la promoción del turismo, la cultura y el desarrollo comunitario de María Trinidad Sánchez y la Costa Norte, desde una comunicación con raíces y sentido espiritual.

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