Comunicador y Director de la Revista Chocolate
En Nagua y en cada rincón del
Cibao, las noches se han llenado de oscuridad y calor. No hablamos de un apagón
aislado: es una cadena interminable de cortes que, en el último mes —y con más
crueldad esta semana— han convertido la vida diaria en un suplicio.
La
doña que vende helados vio cómo su mercancía se derretía frente a sus ojos,
perdiendo en minutos el trabajo de todo el día. El estudiante nocturno terminó
su tarea bajo la luz temblorosa de una vela, sudando mientras su abanico
descansaba… apagado. En los colmados, la carne se daña y el hielo se convierte
en agua. En los talleres, las máquinas se quedan mudas. Y el dueño de una
microempresa se lo piensa dos veces antes de abrir, porque aquí un apagón no
solo apaga las luces: apaga las ventas desde que se abre la puerta.
El martes 12 de
agosto, la Unidad 2 de Punta Catalina —una de las plantas más grandes del país—
dejó de producir por una avería en la caldera. Eso significó 360 megavatios
menos justo cuando el 13 de agosto vivimos el mayor consumo eléctrico de la
historia por el calor sofocante. En el Cibao, la situación se agravó con
trabajos y mantenimientos en la red de EDENorte y ETED.
Pero aquí está
la verdad: el problema no es solo un tubo roto o un récord de demanda, es
una pésima gestión administrativa. No se planifica, no se mantiene, no se
comunica con transparencia. Tenemos funcionarios que no funcionan, más
pendientes de justificar su puesto que de garantizar la luz que pagamos mes a
mes.
Y mientras
ellos reparten excusas y promesas de megavatios “para dentro de unos meses”,
nosotros vivimos el presente: calor, pérdidas económicas, niños sin poder
dormir, adultos mayores sofocados, empresarios apagando neveras para ahorrar lo
que ya no se ahorra.
En cualquier
país serio, una crisis eléctrica de este tamaño obligaría a los responsables a
dar la cara y, si fuera necesario, dejar el cargo. Aquí, en cambio, el guion es
siempre el mismo: las mismas caras, las mismas excusas, los mismos resultados.
Un apagón no
solo apaga bombillas: apaga ventas, apaga empleos, apaga oportunidades. Y el
pueblo, que paga una de las tarifas más altas del Caribe, sigue siendo el
oprimido, el que soporta y calla mientras se burla su paciencia.
La luz es un
derecho, no un favor político. Si quienes administran el sistema no pueden
garantizarlo, que se vayan. El país no necesita gerentes de excusas; necesita
servidores públicos que funcionen. Y hasta que eso no pase, cada apagón será la
prueba de que la República Dominicana sigue a oscuras… no por falta de sol,
sino por falta de responsabilidad.
_________________________________________
Comunicador con 21 años de experiencia
Director de La Revista Chocolate
Especialista en temas sociales, económicos, culturales y turísticos del noreste de la República Dominicana. Miembro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) y de la Asociación Dominicana de Prensa Turística (ADOMPRETUR). Miembro certificado de la International Federation of Journalists (IFJ).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En la Revista Chocolate valoramos cada palabra y cada opinión.
Muy pronto nos pondremos en contacto contigo si es necesario.
📬 Mientras tanto, te invitamos a seguirnos en Instagram [@revistachocolate] y a descubrir más historias que merecen ser contadas.